Burning Man ¿El festival arruinado por los billetes y el mainstream?

Fotos de la galería a cargo de Jim Urquhart, las fotos del cuerpo del artículo son de Art Gimbel.

Desde hace más de 20 años,  el desierto de Nevada ha sido el punto de encuentro para que durante una semana, la última de Agosto, miles de personas se uniesen para participar en el festival Burning Man, un encuentro que sus promotores describen como “un experimento en comunidad de autoexpresión y autosuficiencia radical”.

En los últimos tiempos, y en gran parte por el exceso de hiper-conectividad en la que nos envuelven las redes sociales, este festival ha dejado de parecerse al evento original que iniciaron en 1986 en una playa de San Francisco un grupo de hippies sin aspiraciones económicas ni fines mercantilistas. En este evento, tal y como si de una falla se tratara, se prendió fuego a una figura de madera de un hombre de más de dos metros de altura.

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Al principio, este festival con un enfoque de “jipismo extremo” se hizo tan multitudinario que tuvieron que buscar una nueva localización; esta fue el desierto de Nevada.

Lo que empezó como un movimiento hippie de mucha paz y mucho amor, se ha convertido en un evento en el que las entradas ya rondan los 400 dólares americanos, y las cuales se agotaron este año una hora después de ponerse a la venta.

La característica más genuina de Burning Man, es la prohibición  del intercambio de dinero, ya que uno de los objetivos es compartir, y durante unos días volver a la economía del trueque. Los asistentes deben llevar todo lo que necesiten para sobrevivir durante una semana.

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Uno de los mayores atractivos del festival, son las pintas de los asistentes, propias de los protagonistas de Mad Max o Waterworld y las procesiones de vehículos transformados, bicicletas, buses, camionetas que tienen lugar el sábado del festival y que concluye con el fuego que acaba con la figura del Burning Man.

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Lo que durante los primeros años de vida del evento fue un atisbo de cultura underground, ha pasado a ser una cita obligada para los jóvenes más pastosos de América, entre los que se encuentran los multimillonarios prodigios de Silicon Valley. Los directivos de empresas de base tecnológica como Twitter, Uber, Facebook y compañía, han desvirtuado el espíritu original de este evento.

Los directivos de Silicon Valley llegan al desierto de Nevada en sus aviones privados y comen platos gourmet elaborados por algunos de los mejores chefs de América.

Muchos han sido los artículos que han relatado cómo los super poderosos trabajadores de Silicon Valley, hacen sus incursiones a Burning Man en una competición de gallitos para ver quien se gasta más billetes en sus asentamientos del desierto.

Lo que en sus orígenes eran unas humildes tiendas de campañas para pasar unas noches de acampada, han pasado a ser unas carpas que gozan de todas las comodidades que se nos puedan ocurrir: Aire acondicionado, baños químicos, camas…

Según publicó New York Times en uno de sus artículos más sonados, se decía que los millonetis de Silicon Valley llegaban al desierto de Nevada en lujosos aviones privados y comiendo platos gourmet elaborados por algunos de los mejores cocineros del país, incluso tienen a su cargo machacas a los que llaman sherpas, que les ayudan a cubrir todas sus necesidades.

Como no podía ser de otra forma, a los organizadores y asistentes más veteranos de Burning Man, les preocupa que se esté perdiendo el espíritu original del festival, algo parecido a lo ocurrido con lo que era Coachella en sus inicios y en lo que se ha convertido. Eventos que nacen con la etiqueta de underground, y acaban convertidos en eventos masivos y con un enfoque mercantilista extremo.

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There is room for hope

Pero lejos de polémicas y controversias, si algo queda claro es que las intenciones iniciales del Burning Man a modo de estandarte de la economía colaborativa son más que interesantes. Un lugar en el que la autoexpresión y la autosuficiencia radical toman forma. Un recinto en el que no se ve nada de basura en el suelo, ya que todos los Burners están concienciados de no tirar nada y recoger algo si lo ven. Así se convierte en un evento “leave no trace“. En una celebración de tal magnitud, parece idílico que no haya comercio ni dinero. Lo único que se vende es hielo y café, y una de las factores realmente impactantes es que no existen patrocinadores ni anunciantes. Allí no encontrarás Budweiser Stage, o el Escenario Ron Barceló.

Parece impactante en una sociedad tan capitalista como la estadounidense, ver como el estrés desaparece ante la falta de transacciones monetarias; Durante 7 días, los asistentes practican un ejercicio de abstracción pudiendo hacer lo que quieran, vestirse como quieran o simplemente ir desnudos, divertirse con el arte y la música, consumir estupefacientes, sentirse libres por una semana olvidándose de la sociedad del consumo en el que la hiperconectividad y el bombardeo marketiniano nos asfixia.

Otra de las gratas sorpresas que Burning Man reserva a los asistentes es la ausencia de line up, pese a haber decenas y decenas de colosales soundsystems, los artistas que en ellos actúan no se anuncian, sino que simplemente actúan sin previo aviso. De este modo en los últimos años se ha podido ver a artistas de la talla de Jamie Jones, Seth Troxler, Art Department, Blond:Ish, Thugfucker, Carl Cox, Lee Burridge, Pachanga Boys o Diplo.

Así lucía el Burning Man de 2013 desde el aire. Tremendas imágenes tomadas con la ayuda de un drone:

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